La herencia III

Llegué al cuarto del fondo y acomodé mi valija sobre de la cama, comenzaba a desempacar cuando...

-Bienvenido Oscar- de entre la esquina del cuarto susurraban con voz que denotaba un cierto éxtasis, al menos eso creí. En ese cuarto sólo estaba yo.

Desde el reloj repicaba la séptima campanada y poco a poco los involucrados asomábamos la cabeza, como animales silvestres, eternamente desconfiados, para tomar nuestros lugares en la gran mesa.
En la cabecera podía verse al viejo y a la derecha, pues a la vieja. Los ancianitos miraban a los animalitos hambrientos, inamovibles, confiados, divertidos.

-Bueno- comenzó el viejo - lo primero que quiero decirles es que está es una reunión diferente, magda y yo hemos platicado acerca de qué pasará con los millones que tenemos en el banco, fruto de arduo trabajo. Después de mucho cavilar y mucho platicar, decidimos que sólo cuando muramos ustedes recibirán lo que tanto desean, pero... -tragaba saliva y acto seguido mostraba esos dientes putrefactos- sólo uno de ustedes lo alcanzará.
-Bueno eso ya lo sabíamos abuelo- Espetó Mariano, uno de mis primos. - De hecho es una ganancia que no pidieras como última voluntad que les enterraran con todo ese dinero.- dijo por lo bajo.

-Sí, bueno- continuo la vieja un tanto molesta por esa interrupción inútil. -Lo que no sabias y ninguno de ustedes sabe, es cómo vamos a decidir quién heredará todo. - justo a está altura me vino un muy mal presentimiento, los viejos no sólo eran conocidos por tener excelente suerte en los negocios, empresa que emprendían, empresa que generaba jugosos dividendos, tenían mucho, demasiado dinero, también eran conocidos por sus extravagancias, sólo digamos que su forma de diversión era algo que no comentabas en las fiestas de la high.

-Hemos decidido que el que pondremos el dinero a nombre de uno de ustedes, y ese será el que, de manera más original y sangrienta... nos asesine.-

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