La herencia

Y cuando el final se acerca ¿Qué hace uno?...

Las intermitencias de la luz dejaban ver algo inverosímil, no era sólo una sombra, en esa habitación había alguien más.

Un cúmulo de gas rojizo con forma humanoide soltó una a una las palabras que durante tanto tiempo temí:

- Vengo a cobrar lo pactado-

- ------------------------ AÑOS ATRÁS ------------------------------

Lunes por la mañana salía directo a la casa de veraneo de mi familia; en vacaciones tendemos malsanamente a reunirnos todos, aunque yo en realidad preferiría ir a la playa y tratar de conseguir algo más divertido. Sin tramar nada perverso parecía que el verano no sería tan soleado algunos nubarrones se veían conforme me acercaba  al apartado, solitario y aburrido rancho de mis abuelos, personas de gran fortuna y por ende escaso corazón. Cuando yo era apenas un morro acostumbraban a ridiculizar todos, absolutamente todos mis ademanes, podría parecer que el viejo venía de  tierra de hombres todos correctos. Es verdad como le comentaba a una amiga, los viejos / refiriendome a gente anciana/ no se deben querer sólo porque son viejos, uno no se puede compadecer de gente que en su juventud o adultes fue un malandrín desgraciado.

Las vacaciones viajaban lentas cuando estaba en casa de los viejos, apuesto a que la familia esperaba por fin poderles echar tierra encima, para dejar de escuchar sus insoportables sorbos de sopa, sus huaraches arrastrando por el piso a media noche y ¡Por dios! ese asqueroso bastoneo del viejo por toda la casa. Si estábamos allí cada verano, era por el temor de perdernos de la rebanada de pastel que comeríamos en cuanto dejaran de chingarnos la existencia.

La gente, creo yo, no debe durar tanto.

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